Testimonio Vicky, Guille y Nalu (14-12-20)

Para acompañar un parto como doula la conexión debe ser profunda y desde la Presencia sostener todo lo que acontece, sea cual sea la intensidad. Vicky tiene aspecto de elfa del bosque y determinación de fuego. El amor es su combustible y nos ofreció a todos los que le acompañamos en su gesta, una lección de Poder. Y Guille, su amado, una lección de roble, a pesar de que el fuego le quemaba en las entrañas.

Sus relatos estremecen y enternecen a la par, vale la pena leer cada una de sus palabras, como reflejo de una experiencia arrolladora y portadora de vida. Gracias a ambos por la generosidad.

Con los ojos de Guille.

Seguramente yo no me habría planteado nunca la cuestión de dónde dar a luz. Lo lógico para mí era lo común: en el hospital. Sin embargo, Vicky, que afortunadamente tiene muy poco de común, lo tenía clarísimo, quería un parto en casa. Y yo, la verdad, no tenía nada que objetar, sobretodo de un tema que era bastante desconocido para mí. Así que empecé a leer otras experiencias, vimos videos y un documental genial y, entonces, lo lógico se convirtió en lo poco común: tener al bebé en casa.

Todo el embarazo fue bastante bien, con algunas preocupaciones que no fueron a más y, cuando se acercaba el momento, todo estaba a nuestro favor y no había ningún motivo de peso para desistir de nuestro deseo de tener a Nalu en casa. Digo de peso, porque en el camino nos encontramos con muchas opiniones en contra, no tanto de nuestros familiares y amigos, que fueron muy respetuosos a pesar de los miedos que podían tener, sino de profesionales y personal sanitario. Lo cual no dejó de sorprenderme, porque no creo que los datos y estadísticas justifiquen sus reticencias a tener un parto en casa.
Unas semanas antes del parto, organizamos con Mikel, nuestro comadrón, una cena en casa para conocer a nuestras doulas, Lucía y Cristina, y para que nos explicaran bien cómo sería todo el proceso, el papel de cada uno, organizar la casa y el equipo que necesitaríamos.

Ya conocíamos y confiábamos en Mikel y, por suerte, también nos sentimos muy a gusto desde el principio con Cris y Lucía. Yo todavía no era consciente de lo que se nos venía encima, pero echando la vista atrás, la experiencia podía haber sido muy diferente si la gente que nos rodeó y arropó en ese momento tan intenso como especial no hubiera sido tan maravillosa como lo fueron nuestras doulas.

Al terminar la cena, Vicky me comentó la buena conexión que había sentido y que confirmé el día del parto, cuando las contracciones empezaban a ser más fuertes, aunque luego descubrí que eso no era nada más que “el calentamiento”. Hubo un momento que yo fui a la cocina a por agua y al volver al salón, encontré a Vicky, en mitad de una contracción, abrazando a Lucía tan fuerte como me había estado abrazando a mí antes. En seguida noté la conexión de la que me hablaba Vicky, y me sentí muy tranquilo, en cierto modo aliviado, porque si mi papel en ese proceso era el de intentar que Vicky se sintiera lo más tranquila y acompañada posible, supe que no estaba solo, y que Vicky y Nalu estaban en muy buenas manos.

La primera en llegar a casa después de llamar a Mikel y decirle que Vicky llevaba una hora con contracciones cada dos minutos, fue Cristina, acompañada de un delicioso olor a las albóndigas veganas que había estado preparando hasta que recibió la llamada de Mikel. Si algo me atreviera a reprocharle a Nalu, sería que no esperara media horita más antes de querer nacer para haber tenido la oportunidad de probar esas albóndigas. Nalu, nos debes unas albóndigas.
Después de ver cómo estábamos, empezó a preparar todo el material y poco después llegaron Lucía y Mikel.

Esta primera parte del parto la voy a titular “Aquellos maravillosos recuerdos”. Sí, aún eran todo bromas y sonrisas. Entre contracciones, Vicky me miraba sonriendo, llena de amor, impaciente por conocer a Nalu por fin. En las contracciones yo la abrazaba con fuerza mientras se estiraba sujetando mi cuello. Lucía le daba masajes en las lumbares y le ayudaba a buscar la mejor postura para descansar después. Teníamos esos momentos de calma y tiernas miradas mientras Lucía le ponía las manos en la espalda o una faja calentita, Mikel iba y venía y Cris nos vigilaba mientras seguía organizando.

Después de aproximadamente tres horas llegó el momento de comenzar el expulsivo o, lo que vamos a llamar “La cosa se pone seria”. Vicky empezaba a estar muy cansada, las contracciones cada vez eran más intensas y dolorosas. Cada vez le costaba más encontrar posturas en las que se sintiera cómoda o en las que pudiera descansar. Durante la contracción parecía perder la fuerza en las piernas y ya no es que se estirara apoyándose en mí, es que literalmente se colgaba de mi cuello como un peso muerto. Si hay algún mérito que se me pueda atribuir a mí en ese día, es el de haberme mantenido firme como un roble cada vez que Vicky se derrumbaba agotada y gimiendo de dolor entre mis brazos. Tampoco era una opción dejarla caer, en realidad.

Nos fuimos al dormitorio, es difícil recordar muchos detalles, toda mi energía y concentración estaban enfocadas en Vicky. De todo lo demás se encargaban Cris y Lucía, que además, seguían cuidando de Vicky y eran el espejo donde yo podía sentir la calma y confianza que necesitaba transmitirle a Vicky también. Especialmente para lo que venía después.

Capítulo tres: “Jesús, menos mal que avisamos a los vecinos”. Ahora puedo y debo bromear sobre lo que fueron estos momentos porque la alternativa sino serían varios años de terapia post-traumática. Uno siempre se cuestiona lo duro que tiene que ser ver sufrir de dolor a la persona que más quieres. Yo nunca me lo había planteado en el contexto de un nacimiento, la verdad, y tal vez por eso me pilló un poco por sorpresa a pesar de estar advertido. Supongo que aquí es donde las hormonas y la oxitocina en concreto, juegan un papel importante, pero a mí me daba la sensación de que Vicky se iba a desmayar del dolor en cualquier momento. Las contracciones parecían insoportables, y en los “descansos”, Vicky flaqueaba y le faltaba el aire, asfixiada de calor, o temblando de frío a los pocos segundos. En cada contracción, Mikel intentaba estimular el cuello del útero para abrirle paso a Nalu o hacer magia por ahí abajo, aún no me queda claro, pero fuera lo que fuera, ayudaba, dilataba a muy buen ritmo, y no tardó mucho en romper aguas. Vicky parecía estar en otro mundo, y yo procuraba que cuando volvía entre nosotros, me sintiera muy cerca y tranquilo. Era imposible ignorar y no admirar cómo Vicky estaba luchando cada segundo del parto, así que lo mínimo era tratar de estar a la altura en lo poco que se podía hacer, principalmente apoyarla.

Lucía y yo, cada uno en una pierna, ayudábamos y sujetábamos a Vicky. Cristina le acomodaba, animaba, abanicaba o calentaba según lo que Vicky necesitaba o pedía, mientras seguía asistiendo a Mikel. Además, nos hacían el favor de sacar fotos, grabar audios y vídeos. Tengo que reconocer que, en alguno de los peores momentos, ver que ellas estaban lo suficientemente tranquilas como para seguir documentando el parto, a mí me daba cierta tranquilidad también. Igual que las sonrisas que compartíamos cuando Vicky, en su estado catatónico, decía alguna cosa graciosa. Sólo hubo una vez que Vicky pidió a Lucía que dejara el móvil y fue para que pudiera sujetarle la mano mientras empujaba. Yo podía sentir cuánto apoyo y confianza necesitaba y recibía Vicky de parte de Lucía también en esos momentos.

El tiempo pasaba más lento que nunca, y parecía que Nalu se resistía a salir. Mikel le iba controlando el pulso de vez en cuando, y alguna vez era casi imperceptible. Estos fueron los únicos momentos en los que sentí un poco de miedo, por Nalu, por Vicky y por imaginar que de repente tuviéramos que salir por patas al hospital con todo lo que eso conllevaba en ese momento. También fueron los momentos en los que Vicky se debió preocupar más y nos preguntaba si todo iba bien, si Nalu estaba bien. Yo era el primero en contestarle de forma positiva lo más tranquilo y seguro posible. Guardarme los miedos para mí y procurar que Vicky no los sintiera tampoco, implicaba confiar totalmente en Mikel y las doulas. Yo les miraba y observaba sus gestos y reacciones en busca de respuestas, de dudas o miedos. No los había, no los tenían. Así que me esforzaba en convencerme de que yo tampoco debía tenerlos.
Muchos de esos miedos, sino todos, venían de antes, de todas las veces que escuchamos lo valientes o insensatos que éramos por querer tener al bebé en casa. En el próximo capítulo hablaré de porqué después me di cuenta que no es cuestión de valentía, y lo insensato hubiera sido tenerlo en un lugar en el que no queríamos. Este capítulo se titula: “Si al final resultará que no fue para tanto…”

A pesar de mi sensación, el tiempo sí iba pasando, y más rápido de lo que yo creía, y Nalu cada vez estaba más cerca. Ya hacía un rato que empezaba a asomar y Vicky sacaba fuerzas de algún lugar que posiblemente sea desconocido para cualquier hombre. Finalmente, en una última contracción que Vicky acompañó con un grito que sin duda habría sido capaz de liderar al ejército de William Wallace en la batalla por la independencia de Escocia, Nalu casi salió disparado a los brazos de Mikel, acompañado de una cascada de líquido amniótico. Un final de película sin duda. Y además un final feliz.


Mientras Mikel apoyaba a Nalu sobre el pecho de Vicky y Vicky sollozaba “mi bebé, ay, mi bebé”. Yo escuchaba los gritos de Nalu como agua de mayo, y ya no pude aguantar más y exploté a llorar. De alivio, de amor y de felicidad.

Vicky y yo nos abrazamos, nos besamos. El tiempo volvió a su ritmo normal, y yo me sentí enormemente agradecido. En un abrir y cerrar de ojos Vicky había recuperado la fuerza, la vitalidad, la sonrisa y hasta el sentido del humor cuando dijo que podría volverlo a repetir pronto. Porque espero que eso fuera una broma.

No hubo desgarro, apenas sangraba, esperamos para cortar el cordón, que lo hice yo con ayuda de las doulas, poco después salió la placenta sin problemas. Cristina y Lucía limpiaron todo, rellenaron los papeles y nos dejaron tranquilos, en nuestra cama, en nuestra habitación, en nuestra casa, con nuestro hijo, para poder respirar y asimilar una de las experiencias más emotivas, intensas, emocionantes y, desde luego, importantes de nuestras vidas. Una experiencia que decidimos tener, y por suerte pudimos, a nuestra manera y pudimos compartir con gente maravillosa que nos acompañó de la mejor forma posible, sin duda, de la forma que necesitábamos.


Con los ojos de Vicky:

Llenarse de amor para convertir el dolor en fuerza.
Eso es lo que significó para mí el parto de Nalu.

Me es imposible recordar el tiempo o las horas del parto, no tenía control de nada, y eso era algo maravilloso, dejar el control, confiar en mí, en el proceso y en la vida. Puedo diferenciar claramente dos partes del parto, cuando me llenaba de amor y cuando todo ese amor hizo que convirtiera el dolor en fuerza.

Yo sabía que mi cuerpo estaba preparado para parir como una mamífera y en manada, la mía, la que yo había elegido. Guille, Lucía, Cristina y Mikel fueron mi manada, el soporte perfecto, el equipo que me hizo sentir protegida y cuidada, dándome todo lo que necesitaba incluso cuando ni yo sabía qué era.

Cada contracción estaba llena de amor, cuando venía la contracción fuerte e intensa, sentía el apoyo, sentía a Guille como mi pilar, fuerte, sólido, una roca, la parte indispensable que me sostenía y que no me dejaba caer.

En cada contracción Lucía venía conmigo, acompañando mi sonido con el suyo, no era solo nuestra voz, venía desde mucho más adentro. Me acompañaba sin empujarme ni guiarme. Estaba conmigo sin invadirme, dejándome ser yo, escuchándome, conociéndome, haciéndose a mí. Y mientras tanto, hacía magia con sus manos en mi espalda y me aliviaba el dolor.

Cuando paraba la contracción, el amor se iba haciendo grande, me salía desde dentro, como si Nalu lo trajera todo con él. Recuerdo mirar con mucho amor, miraba a Guille y me sentía afortunada por tener a semejante hombre a mi lado. Recuerdo ver a Lucía y sentir la conexión especial que pude sentir el primer día que la conocí. Me daban paz y yo me sentía querida, empoderada, una mujer fuerte y capaz. También recuerdo cómo Cris se encargaba de todo, y cómo Mikel estaba conmigo sin estar, eso me llenaba de tranquilidad, todo iba como tenía que ir.

Para mí el tiempo era incontable y la única medida que tomaba era el amor que sentía entre una contracción y otra, cada vez había más y más, y es que hace falta mucho amor para conseguir convertir el dolor en fuerza.

Las contracciones venían más intensas y ahí fue cuando necesitaba transformar el dolor en fuerza. Empezó el expulsivo. Duro, intenso, pero eso ya no lo recuerdo, se me olvidó un segundo después de que naciera Nalu. Tengo imágenes en mi cabeza, me escucho gritando y sigo sintiendo el apoyo que recibía. De vez en cuando necesitaba saber que Nalu estaba bien, que todo estaba yendo bien, pero era fácil recibir la tranquilidad que ellos tenían. Mientras, yo seguía ensimismada en que el dolor me diera fuerza, y en eso pensaba cuando venía cada contracción, en empujar.

Agarraba fuerte a Guille y a Lucía, necesitaba sentirles, apretarles. De vez en cuando miraba a Guille, estaba feliz de que estuviera allí, yo quería que él fuera una parte activa del parto y lo estaba siendo.
A mi izquierda estaba Lucía, en calma, a través de ella, de una manera que no podría explicar sentía su confianza en mí. Sentía cómo ella estaba segura de mi fuerza, era como si me conociera y supiera perfectamente quién y cómo soy.

Mikel por su parte lo tenía todo bajo control. Me contaba el camino y yo intentaba ir hacia allá. Él me daba la luz que necesitaba para situarme y para ir un paso más allá. Yo sentía que todo iba bien a través de él y esa confianza se la había ganado durante el embarazo, sumando siempre y dando soporte. Y mientras tanto, Cristina me cuidaba, me daba aire y nos apoyaba.

Venía la contracción, el dolor me inundaba y con ese amor que habíamos cultivado, soltaba el aire empujando con fuerza. Así una y otra vez. Entre contracciones solo necesitaba guardar energía, utilizar las palabras justas para pedir si necesitaba aire o agua y dejarme ir un poquito para llenarme de fuerza otra vez.

Sin ser muy consciente del tiempo que llevaba empujando, de repente la cabecita de Nalu comenzaba a asomar y ahí empecé a ver el final muy cerca, eso me dio más fuerza aún. A partir de aquí el dolor era diferente, se llevaba mejor. En mi recuerdo, a partir de este momento solo hicieron falta un par de contracciones más acompañadas de las palabras de apoyo de Guille y rápidamente Nalu ya estaba llorando en mi pecho.

 

Recuerdo la mirada de Guille y el calor de Nalu. Nunca antes había sentido tanto amor como en ese momento. Se respetó nuestro espacio, Mikel, Lucía y Cris estuvieron justo lo que necesitamos y luego nos quedamos los 3 en nuestra cama disfrutando de las primeras respiraciones de Nalu y yo seguía en mi mundo del amor sintiéndome una mujer afortunada por lo que acababa de vivir y por todo lo que me rodeaba.