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Llegar a la cima

Días «mantequilla» y días «agua» (17-04-09)

El otro día subiendo a la montaña me sentía muy “pesada”, era como si cada paso me costara el doble de lo normal… y eso no ayuda cuando estás subiendo una cuesta bien empinada y pedregosa.

Le comenté a mi compañera de senderismo: hoy tengo un día “mantequilla”.

Estuvimos riendo un rato a cuenta de la expresión y aprovechamos para hablar sobre las grandes diferencias que puede haber en la percepción de los días, según sean “mantequilla” o “agua” y sobre las estrategias que utilizamos cada una cuando nos los encontramos.

A veces estoy nadando y el agua se me hace “dura”, o puede que esté navegando en piragüa y el aire parece “espeso” y si camino, los pies se convierten en “piedras”. Se trata de los días mantequilla.

En cambio otras veces me deslizo, navego y subo… fluyendo en mis días “agua”.

Esto, además, se manifiesta en cualquier otra actividad o circunstancia, aunque los deportes me permiten detectar rápidamente en que clase de día me encuentro. Si estoy trabajando en un día “mantequilla” puede que me sienta cansada, que se me hagan eternas las horas,  que pierda cosas que necesito…

La cuestión, para mí más importante, es lo que hago cuando me enfrento a las cosas que no fluyen, lo que me funciona para ir más allá y, en la medida de lo posible, seguir disfrutando de la vida.

Lo primero: la naturaleza siempre me reconforta, despeja mi mente y me maravilla. Tenerlo claro me ayuda a encontrar mis momentos de contacto con la belleza y la energía del Mundo Natural. Es una forma de nutrirme.

Agua en la Naturaleza

Lo segundo: cuando las cosas me cuestan procuro concentrarme en el “presente”. He comprobado que si pienso en lo que me queda por hacer, me acelero para compensar la lentitud de las cosas o me quejo por lo que me está pasando… todas las sensaciones se intensifican y, por Ley de Murphy, las cosas suelen empeorar. En cambio, si me concentro en cada paso que doy y observo aquello que estoy haciendo, consigo sostener y continuar.

Lo que me lleva a lo tercero: la constancia muestra sus recompensas de forma más intensa, precisamente cuando no es fácil. Cuando tengo ganas de rendirme, de acabar lo que estoy haciendo o de cambiar de día, si soy bien consciente de lo que voy sintiendo, me sirve mucho continuar y llevar a cabo lo que me he propuesto. Porque llegar al final siempre supone ganar perspectiva.

Cuando lo consigo, siento la alegría interior del trabajo bien hecho. Como cuando contemplo este paisaje desde la cima de la montaña mientras noto el viento en mi cara y huelo el romero y los pinos. Y… ¡hete aquí!: un dia «mantequilla», convertido en un dia «agua».

Cima montaña

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